La educadora mexicana Elisa Guerra está metida en un ejercicio urgente: cuestionar la escuela actual, víctima de la mayor crisis de su historia, y proyectar la escuela del futuro.
Lo ha hecho como coautora del informe de la UNESCO “Reimaginar juntos nuestros futuros: Un nuevo contrato social para la educación”. Pero también lo hace en su día a día como fundadora de una escuela, como autora de textos educativos y como maestra.
A sus alumnos también les ha propuesto repensar la educación durante un ejercicio en el aula, un podcast titulado “Las primeras letras”, en el que están escribiendo un libro en conjunto que parte así: “Un día los niños se levantan y ya no hay escuela, pero los padres no se acuerdan de que existía. ¿Qué es eso?, dicen los padres, ¿cómo que una escuela?
El niño o la niña está asustadísima: ¿me volví loca?, ¿estoy todavía dormida? Le habla uno de sus compañeros que le dice: “Estoy histérico, mi mamá no me quiere llevar a la escuela, no sabe qué es eso”.
La consigna con los chicos es que cada uno termine el cuento. ¿Cómo es esa escuela y cómo logran los niños convencer a los adultos de reinventarla?
El informe de la UNESCO proyecta “una educación que repare las injusticias, al tiempo que transforma el futuro”, que debe sustentarse “en los derechos humanos y en los principios de no discriminación”.
“No se trata de un manual ni de un modelo, sino de un punto de partida para una conversación fundamental” que ya ha comenzado en distintos rincones del mundo, especialmente después de la pandemia.
Elisa Guerra, nombrada Mejor Educadora de América Latina y el Caribe por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en 2015, y dos veces finalista del Global Teacher Prize, es parte del Festival Hay Querétaro, donde compartirá sus experiencias y dialogará sobre lo que vendrá.
El punto de partida del informe es alertar sobre un futuro de incertidumbre, guerras, crisis migratorias o cambio climático. ¿Cómo le transmitimos eso a los estudiantes sin que les desalienten o les indigne?
Espero que se sienta el toque de esperanza. No quisimos que fuera alarmista, fatalista, sino que cree conciencia, pero al mismo tiempo que inspire para la acción. Decirles que tenemos problemas pero también soluciones. No es una sentencia, es una advertencia para inspirar en lugar de atemorizar. La ciudadanía global tiene que ver con tener los conocimientos, las habilidades y con hacer, ahí viene la parte activa, el activismo. Ya no es suficiente saber, tenemos que hacer algo al respecto.
¿Cómo se educa para la incertidumbre cuando la escuela todavía es un lugar lleno de reglas, con horarios, con sanciones?
Una de las premisas más importantes es la necesidad, por un lado, de proteger la escuela y por otro, de transformarla. Protegerla porque ha recibido muchos embates. La pandemia la dejó embarrada en el pavimento y hay mucha especulación de si finalmente va a ser sustituida por plataformas digitales.
Nosotros creemos que el espacio de la escuela es sagrado, porque es el único lugar donde se pueden presentar experiencias de aprendizaje que tienen el potencial para impactar el desarrollo humano.
¿Cómo se proyecta entonces el futuro de esta escuela añeja?
Hay un modelo de escuela, de organización, una arquitectura y una gramática escolar que tiene por lo menos 150 años y que ya nos quedó corta.
Cuando hablamos de transformarla, no es una metamorfosis completa, pero va más allá de una reforma.
Me gusta decirles a los docentes que imaginen que llegamos a nuestras escuelas vacías y hay que volver a inventarlas. Esto ya lo hicimos, pues el modelo viene de la Revolución Industrial, cuando más familias llegaron a las ciudades a trabajar en las fábricas y respondía a necesidades de esa sociedad.
Tendríamos que partir de cero, como si hubiéramos estado en una guerra, llegáramos a las ruinas y nos preguntáramos: ¿reconstruimos el edificio exactamente igual?, ¿tomamos los cimientos, pero aprovechamos para hacer algo más cercano a nuestra realidad?
Es muy difícil, porque si el agua tiene memoria y el río regresa a su cauce, siento que la escuela también tiene memoria y tiende a regresar donde ya estábamos.
Hasta ahora los estudiantes se sientan en una clase cuadrada, uno detrás de otro, a mirar una pizarra. ¿Cómo sería ese nuevo dibujo?
No existe un modelo perfecto y único para todos. Hoy tenemos un molde que se repite en todo el mundo, independientemente de los contextos y no quisiera cambiarlo por otro molde.
El reporte habla de construir juntos nuestros futuros, en plural, porque no hay un solo futuro, ni un solo camino.
Tendríamos que pensar en lo que necesitamos. Por ejemplo, mayor colaboración entre los docentes. Pero no se puede si estamos metidos en un cubo concreto todo el día y nos vemos apenas unos minutos en el salón de maestros entre clase y clase.
En realidad el niño no es el centro de la escuela, el centro de la escuela es el currículo, la campana, el libro de texto, el programa que se tiene que cumplir… eso marca la vida escolar.
En términos generales, creo que necesitamos que los muros de la escuela sean mucho más permeables, los externos para salir a la comunidad y para permitir que la comunidad entre, y los del interior también tienen que hacerse más flexibles.
¿Podrías dar un ejemplo de esa flexibilidad?
Tenemos una semana al año donde se mezclan niños de todos los grupos y escogen un taller, lo llamamos claustro.
Un grupo crea un restaurante desde el menú: aprenden a cocinar, a costear los platillos. Otros van a la producción de un programa de televisión. Otros escogen medicina, aprenden primeros auxilios, visitan hospitales, platican con los médicos. Los estudiantes quieren más proyectos así.
Una escuela abierta a la innovación, porque los docentes nos topamos con una pared: no lo puedes hacer, no está en el programa, no tiene suficiente investigación, no está respaldado por la ciencia. Y si nunca se ha hecho, ¿cómo va a estar respaldado por la ciencia?
Cuando se desarrollaron las primeras vacunas en la pandemia, se dio autorización de emergencia para utilizarlas sin que la investigación estuviera completa. Estamos en una crisis mundial de pobreza de aprendizaje según el Banco Mundial, la UNESCO y UNICEF. Si esto no es una emergencia educativa, no sé qué puede ser.
En ningún momento de la historia de la escuela, ésta ha estado tan amenazada, ha sufrido tanto y ha tenido tantos reveses, una crisis encima de otra. Si tenemos ideas y queremos aplicarlas, ¿no se podrá dar algo así como una autorización de emergencia?
Durante la pandemia la sala se transformó en google classroom, Zoom o Teams, y el reporte alerta sobre que la educación se sustente en empresas lucrativas, que utilizan nuestros datos, y plantea un sistema público digital para la enseñanza, ¿cuál es tu opinión?
No estoy en desacuerdo con el uso de las plataformas, que en nuestro caso nos ayudó muchísimo. Tenemos que dejar de verlas con determinismo: si nos gusta qué bueno, y si no, no lo usemos, no es una bestia que estamos intentando domar.
Podemos pensar maneras en que sea incluyente y no atente contra nuestros derechos.
También se critica el solucionismo tecnológico, la idea de que lo digital va a eliminar todos los problemas. La tecnología tiene que estar al servicio de la pedagogía y no al revés. No por usarla voy a convertir una mala pedagogía en buena pedagogía.
La tecnología es un micrófono: si tienes bonita voz va a ampliarla, pero si no cantas bien, no te acerques, porque no va a hacer que tu voz suene melodiosa. Hemos tenido mucha confusión al pensar que modernizar la educación es subir las lecciones que no funcionaban en el aula a la plataforma. Si no funcionan en el aula, no van a funcionar.
¿Cómo dirías que es el cerebro de los niños de hoy? ¿Cómo se los cautiva?
Hemos subestimado la capacidad y el potencial cerebral de nuestros niños, aunque hemos avanzado en las neurociencias cognitivas aplicando cada vez más sus hallazgos al aula.
Los niños tienen un potencial lingüístico tremendo que no se ha traducido a la lectura. Les enseñamos a leer a los seis años, porque nos queda mejor como sistema: pueden sentarse en un salón, quedarse quietos por más tiempo, separarse de los padres sin llorar y prestar atención en grupos grandes al cuidado de un solo docente.
Los niños pueden aprender a leer antes, no de la manera en que les enseñamos a los seis años, pero estamos tan habituados y nos da tanto miedo salirnos de esa cajita que seguimos haciéndolo, aunque ya no sea lo óptimo. Como ese ejemplo, hay muchísimos más. Yo creo que al niño le hemos dado un rol de súbdito en la educación y no se vale.
El súbdito se tiene que sentar, escuchar, no puede hablar, no se puede mover.Sin embargo, el reporte propone incluir la emoción, permitir los errores, desarrollar el pensamiento crítico. ¿Cómo se lleva eso a la práctica?
Muchas veces les digo a los docentes: hagamos las cosas sin pedir permiso, lo que tú puedas dentro de tu aula.
Una de las razones por las que no damos a nuestros niños la atención que quisiéramos es el número extraordinariamente grande de chicos en un grupo y eso difícilmente lo podemos cambiar.
Me gusta hacer alianzas, con los padres, los maestros y con los mismos niños, decirles: cuando tengas una situación particular, aquí estoy, háblame, generar esa confianza. También dar espacios de mindfulness en el aula, o movernos rápido con una música elevada para reactivar la circulación, la respiración, oxigenar el cerebro, despertarnos.
Buscar otros lugares para enseñar, hacer a un lado el currículo para atender cosas más importantes, no tener miedo a brincarte un tema. Suena como anatema, ¡excomulgados los docentes que se brincan un tema!, pero a veces vas a sacrificarlo para avanzar después en los demás.
Leí el libro de un maestro que dedica el primer mes a conocer a los estudiantes. Si tenemos esas conexiones, los papás con los hijos, los maestros con los hijos, los estudiantes entre ellos, creo que hay mejores oportunidades de transformar la escuela.
Muchos padres se frustran porque no pueden escoger la mejor escuela para sus hijos o ven que sus hijos sufren por bullying, ¿qué les dirías?
No podemos quedarnos cruzados de brazos esperando que las autoridades resuelvan todo. Ya vimos con la pandemia que no pueden.
Quisiera que el mensaje sea que desde tu trinchera puedes hacer algo. A lo mejor no vas a mover al elefante, pero puedes dar pequeños pasos.
Si no puedes elegir la escuela y no puedes cambiarla, con la pandemia ya nos convertimos también en docentes de nuestros propios hijos. No dejar que con la vuelta a la presencialidad eso se pierda. Los padres pueden ser co-educadores con pandemia y sin pandemia. Y, de hecho, lo que pase en la casa es más poderoso que lo que pasa en la escuela en el desarrollo de cada niño.
Las tareas (los deberes) es un tema controversial. Una queja es que después de 7 horas en el colegio -el equivalente a una jornada laboral- tengan que seguir en casa. ¿Cuál es tu visión?
Si el objetivo es crear un hábito de estudio por las tardes, no debería de ser más de una hora.
Muchas veces no se utilizan para afianzar el conocimiento, sino para cubrir lo que no se alcanzó en el aula, pero no es culpa del estudiante, tampoco del docente. Puede ser la organización escolar, la sobrecarga curricular.
¿Y las sanciones?
En primer lugar, cambiar el nombre, quizás a consecuencias, y enfocarse en resarcir el daño.
En el caso de algún chico que haya agredido a otro, lo primero es concientizar en cómo vas a resarcirlo. En toda comunidad tiene que haber reglas de convivencia, pero también cierta flexibilidad para considerar las situaciones únicas de cada estudiante. Y un punto aquí, no a que las consecuencias sean hacer más tareas, leer 20 minutos o no tener recreo, eso es contraproducente, porque estudiar o leer se convierten en un castigo, algo espantoso que no haces más que cuando te lo exigen.
¿Y cómo damos la oportunidad de enfrentar la consecuencia y de resarcir el daño? Cuando alguien va a exceso de velocidad y un agente de tránsito lo detiene, le dice: “Venía usted con exceso de velocidad, ¿tiene algún problema? Ay, no me di cuenta, oficial, qué barbaridad”.
El oficial extiende una multa, uno la tiene que pagar y fin de la situación. No se pone a gritarnos: ¡qué estaba usted pensando! ¡cómo es posible!, pero muchas veces hacemos eso con los niños. A los niños, los padres y los docentes, los abusamos. Si ya venía lastimado emocionalmente, en lugar de investigar qué está pasando y cómo apoyar, estamos haciendo el problema más grande.
El reporte habla de aprender, pero también de desaprender, ¿qué es lo que hay que desmontar en la educación?
Tiene que ver con la interculturalidad y la aceptación de la diversidad. Hay cosas que hemos aprendido que no hacen más que perpetuar las injusticias sociales.
Se ha dicho mucho que el niño no nace odiando o con un prejuicio hacia otros, es algo que se aprende, pero es ya estructural, los docentes y los padres lo tenemos y no nos damos cuenta.
El primer camino es concientizarnos y analizar nuestras actitudes y pensamientos, porque somos parte del problema y perpetuamos las exclusiones. Tenemos que desaprender la imagen antropocéntrica de que los seres humanos estamos al centro de la vida y que el planeta existe para y por nosotros.
Somos una parte del ecosistema, pero hay otros seres vivos que tienen derechos y no están para rendirnos pleitesía, porque incluso cuando decimos que hay que cuidar el planeta, lo hacemos como si fuera nuestra propiedad, como cuando le decimos al niño “cuida tu chamarra para que no se te pierda”.
¿Cuáles son los derechos de los niños hacia 2050, en ese futuro que intentamos visualizar?
Todos, incluyendo los que tienen necesidades educativas especiales o alguna condición de aprendizaje, todos los niños llevan dentro la semilla de la genialidad y tienen un enorme potencial. Su primer derecho es tener un ambiente óptimo que les permita desarrollarlo.
Ese potencial se va a ver diferente en cada uno, pero nuestra responsabilidad como educadores, como padres, es generar ese ambiente que les nutra, y que a nosotros, como adultos, también nos permita desarrollarnos.
No podemos pensar en la educación como un periodo en la vida, que se acaba cuando se sale de la escuela con un diploma. Sigue toda la vida. Otro derecho de los niños es que tanto sus padres como sus maestros sigan aprendiendo, que sean mejores para orientar, auxiliar, apoyarlos. También el derecho de acceso a la escuela, a las tecnologías que favorecen el aprendizaje, el derecho a encontrarse tanto en su casa como en la escuela con un ambiente libre de violencia, un ambiente de acogida.
Fuente: BBC