Columna de Natalia Infante, directora ejecutiva Fundación Caserta
La semana pasada, se dieron a conocer los resultados del Simce 2017. Entre los principales números que destaca la prensa están los magros indicadores en Lectura de los hombres, la baja de resultados de los alumnos de 8vo en Ciencias Naturales, y de las mujeres en Matemáticas.
Al margen de la habitual “conmoción” que generan estos resultados en la opinión pública, cumpliéndose tres décadas desde la creación del Sistema Nacional de Medición de la Calidad en Educación (Simce), vale la pena detenerse y revisar esta metodología.
En Chile, la toma de muchas decisiones en materia de Educación, entre otras variables, tiene como referencia el desempeño en el Simce, provocando efectos sobre los establecimientos y docentes acorde a esta medición. Sin ir más lejos, políticas como el Sistema Nacional de Evaluación de Desempeño de los Establecimientos (SNED) y la ordenación de establecimientos educacionales utilizan esta información para definir sus lineamientos.
Asimismo, es común ver en los medios de comunicación, diversos ranking de los “mejores” establecimientos, realizados en base a esta evaluación que servirán para que los padres orienten su decisión a la hora de escoger un “buen colegio” para sus hijos.
Si bien el Simce ha aportado información relevante para la toma de ciertas decisiones, sigue siendo tan solo una prueba tipo que resulta estrecha a la hora de medir de manera multidimensional lo que debiese ser la integralidad de un proceso de educación, que permita alcanzar los estándares de calidad reconocidos a nivel internacional.
Por otro lado, la utilización y sociabilización de rankings de establecimientos no considera los distintos contextos de los estudiantes y escuelas. No es casualidad que más del 80% de los colegios ubicados en los primeros lugares de los rankings sean particulares pagados (con mensualidades que pueden superar con creces el sueldo mínimo). Lo anterior, sugiere que existe una importante causalidad entre capital cultural – asociado al origen socioeconómico del alumno- y el resultado obtenido en el Simce, más allá del proceso de aprendizaje en el cual esté inserto y el esfuerzo realizado tanto por el alumno como por el docente, para avanzar en la educación.
En ningún caso se plantea que no deba existir algún tipo de medición de los logros de los estudiantes y el nivel de cumplimiento del currículum nacional. Sin embargo, el formato y la utilización de los resultados del Simce debieran ser modificados para avanzar hacia una mirada integral de la educación, con metodologías asociados a ésta. Un diseño de aplicación muestral podría ser una alternativa a evaluar, entregando información del sistema, pero evitando la estigmatización y la focalización en las disciplinas evaluadas.
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