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[El Mercurio] La guerra contra la desidia de una profesora

Francisca Elgueta, profesora de historia y la nueva ganadora del Global Teacher Prize Chile, ha pasado los últimos años haciendo clases a niños inmersos en contextos muy duros. “A mis estudiantes los tenía un día y al siguiente se los llevaban presos”, cuenta. Sin embargo, ella se ha planteado el desafío de volver a encantarlos con las ganas de aprender y traer de vuelta a la escuela a quienes han desertado, innovando en la metodología de enseñanza para lograr comprometerlos. En ese proceso, han sucedido cosas valiosas. “Vi cuando se transformaron: cuando empezaron a creer en ellos, a cambiar su personalidad”, asegura, tarea que la llevó recientemente a ganar la versión chilena del premio conocido como “el Nobel de la educación”.

Pasan cosas duras, extremadamente duras. Yo les digo que el que simplemente hayas llegado aquí hoy, que te hayas levantado, te hayas parado, te hayas vestido, te hayas sentado, lo es todo, y listo.

—Este ha sido el año más difícil —dice Francisca Elgueta, 33 años, profesora del Colegio Betania en La Granja, que pertenece a la fundación Súmate del Hogar de Cristo, enfocado en reinsertar a niños y niñas que han dejado el sistema escolar. Una realidad que este año sumó más de 50 mil excluidos.

—Hay mucho consumo. Tussi constante. Microtráfico en el colegio y vínculo con narcotraficantes, pero a otro nivel. También con la delincuencia. A mis estudiantes los tenía un día y al siguiente se los llevaban presos. Sentía que los iba perdiendo. No los lograba enganchar, no los lograba motivar; yo sé cómo se ve una sala con los chicos que se motivan, y no lo lograba —dice Francisca. —Me acuerdo de haber ido a llorarle a la directora… decirle que con estos chicos no se puede perder un segundo y que conmigo lo estaban perdiendo.

Francisca necesitaba conectar con sus estudiantes y ayudarlos a recuperar su autoestima, convencerlos de que ellos pueden. Ya lo había hecho antes, y lo había hecho bien, en sus más de nueve años como profesora aplicando el modelo conocido como Aprendizaje en Base a Proyectos. Pero ahora algo pasaba.

—Dije: “Voy a hacer la unidad del Holocausto y Ana Frank, necesito algo en lo que yo me sienta segura”. Volver a algo que sepas bien, que te apasione y que sientas que puede generar un vínculo con los estudiantes es un consejo que les doy a los profesores. Pensé que mis estudiantes son sobrevivientes de muchas cosas, y tienen mucho que decir acerca de problemas que fueron el preámbulo del Holocausto, como los discursos de odio y tantas cosas que hoy estamos viendo —dice Francisca y agrega: —Ahí me lancé y con las más altas expectativas, con el mejor material. No el libro fotocopiado. Fui a conseguirme los libros originales. Les hice un cuadernillo de trabajo hermoso, anillado y a color. Porque se lo merecen. No hay muchos recursos, pero me las ingenié.

Con una torre de libros y cuadernillos llegó a la sala de clases, que además tapizó con material e imágenes sobre el Holocausto para recibir a sus estudiantes. A las pocas semanas, le tocó ver una sala de clases que no podía reconocer.

—Era todo el curso leyendo, sumergido en el libro. Yo miraba pensando: “No quiero ni estornudar”. Un alumno que nunca entraba a clases, ahora solo lo hacía a la clase del Holocausto, se paraba en la puerta y me decía: “Profe, estaba esperando esta clase”, “profe, mire mi cuadernillo, se los mostré en mi casa y lo tengo todo completo”. Después fuimos al Museo Judío. Nadie apostaba una ficha de que pudiéramos ir, porque históricamente se han portado pésimo en todos los museos, nos han echado de todos, de hecho tenemos prohibidos los museos, porque o robaron o rompieron. Pero mis alumnos no solamente se portaron bien, sino que todos opinaban y comentaban con la guía.

Más tarde, Francisca consiguió que un sobreviviente de 101 años fuera a dar su testimonio a la sala de clases. Al terminar la sesión, un alumno dijo algo que la marcó.

—Fue un chiquillo que ha tenido una historia muy dura y que ese día llegó mal. Y me dijo: “Hoy me levanté con ganas de morirme. No tenía ganas de nada, vine para acá, porque igual le hemos puesto aguante a esta unidad, vine por usted nomás”. Y después me dijo: “Profe, los milagros existen, porque lo que dijo ese caballero era lo que yo necesitaba escuchar hoy” —relata Francisca, quien acaba de ganar el Global Teacher Prize Chile 2022, que entrega Elige Educar y la Fundación Varkey, versión local del conocido “Nobel de la educación”.

Hasta pasados los veinte años, la idea de ser profesora nunca se le había pasado por la cabeza a Francisca Elgueta. Hija de dos ingenieros y alumna del colegio particular Santiago College, recuerda su etapa escolar como una época muy estimulante y donde ser profesora no era una opción que se discutiera a menudo.

—Creo que fui extremadamente privilegiada por el colegio al que fui. Todo era pensamiento crítico y tenía profesores y compañeros de distintas partes del mundo, era como el mundo a tu alcance, y definitivamente es un sello en mí como profesora, trato que todo se sienta que se puede tocar. Si vamos a estudiar el Holocausto, vamos al museo, traigamos al sobreviviente, porque para mí es innato, es como yo aprendí.

Ir a la universidad, explica, era algo que daba por sentando.

—En el colegio donde trabajo muchas veces eres la primera persona en decirle a un estudiante que puede ir a la universidad. Y te miran con cara de pregunta. Tú ves cómo se les empiezan a abrir los ojos y te dicen: “¿Usted realmente cree que yo podría hacer eso?”. Entonces, pucha que se parte la carrera de lugares distintos. Yo ni me lo cuestioné. A estos chiquillos nunca nadie se los ha siquiera mencionando.

Francisca entró a estudiar Historia en la Universidad Católica. Ahí tuvo su primera aproximación al ejercicio pedagógico cuando hizo una primera ayudantía.

—Me paré adelante y dejé de pensar tanto y empecé sentir más, y simplemente fluí y vi esas caras en los estudiantes de “por fin entendí esta cuestión imposible” —recuerda.

A esa experiencia se sumó que la invitaron a un proyecto de la Pastoral UC para ayudar a adultos que no habían terminado sus estudios escolares.

—Eso fue como un golpe de realidad y un cachetazo al ver la desigualdad que existe. Escuchar a una señora explicarte lo que significa en su vida no tener educación, cómo se ha sentido invisibilizada, cómo ha sentido que no vale nada. Eso generó en mí el sentido de justicia y compromiso con la sociedad.

Justo en ese momento se abrió la beca “Vocación de profesor” y Francisca postuló. Sin embargo, recuerda que cuando el profesor al que ella le hacía ayudantías supo del nuevo rumbo que estaba tomando, le sugirió que no lo hiciera.

—Me dijo: “Tú eres tanto más que eso”. De hecho, en mi graduación no quiso entregarme el diploma, estaba muy molesto conmigo. Él quería que me dedicara a la academia, a la investigación (…). Finalmente, es la sociedad diciéndonos que no valemos nada los profesores.

Su primer trabajo como profesora fue en el Liceo Bicentenario Italia. Allí en pocos meses hizo que sus cursos tuvieran los mejores resultados del colegio en el Simce. Entonces, le propuso a la directora una primera innovación.

—La convencí de que yo no creía en las pruebas de selección múltiple, que necesitaba que los alumnos pensaran, porque en historia no hay una respuesta. Llegó fin de año, no hice ninguna prueba de alternativas y los resultados subieron. Fue increíble. Después nos llevaron a replicar esto en los 18 colegios de la SIP, y me fui a planificar y a convencer a los profesores siendo yo súper chica —cuenta Francisca.

Tres años estuvo en ese primer colegio, hasta que decidió tomar un nuevo desafío e irse al colegio SIP con peores resultados. Llegó al Eliodoro Matte Ossa, ubicado en San Bernardo, casi en el límite con La Pintana, que tenía altos índices de vulnerabilidad.

—Ahí te encuentras con las actitudes de un niño o una niña cuando no cree que es bueno. Es desafiante, te trata de poner a prueba, de sacarte de la sala clases, te dice que no le importa, pero uno aprende a leer que está muerto de susto porque este espacio te ha dicho toda la vida que no. Nadie actúa así si está en un espacio en el que se siente seguro, y mi desafío era decir “no me voy a mover de acá”. Me decían: “Aquí los profes duran una semana”, y tú veías al colega que estaba agarrando sus cosas yéndose, había horarios en que miraba el patio y no sabía si era recreo o clases, por el caos, en un colegio con más de mil estudiantes.

Francisca les planteó trabajar en un proyecto y en conjunto decidieron contar la historia oral del barrio en el que vivían. Los adolescentes comenzaron a entrevistar a sus vecinos, a recorrer el campamento, a investigar en el MOP, y de a poco fueron armando la historia con la idea de darle identidad a su población. El resultado fue tan bueno que Francisca los llevó a varias universidades a presentar el proyecto.

—Los vi cuando se transformaron: cuando empezaron a creer en ellos, a cambiar su personalidad. Cuando llegué, nadie iba a la universidad. Y hoy tengo tres que son muy cercanos a mí, que van a mi casa, y los tres están en la universidad sacando tremendas carreras.

Tres años después de llegar a ese colegio la llamaron de la Red Ignaciana para aplicar en sus colegios el modelo de Aprendizaje Basado en Proyectos, un sistema que ella fue aprendiendo de manera autodidacta y en el día a día de sus clases. También le solicitaron hacer una consultoría y crear un nuevo currículum para la educación de jóvenes y adultos. Paralelamente, Francisca tomó un par de cursos de verano en Harvard y Columbia sobre cómo acortar brechas sociales y cómo sistematizar procesos.

—Tal vez una de las cosas que me han hecho destacarme, —porque sin duda todos los profes son secos y no me puedo imaginar la cantidad que hoy están invisibilizados—, tiene que ver con mi formación, con cómo me criaron para creerme el cuento. Entonces no tengo miedo a postular al curso de Harvard. Te aseguro que si a un profe mucho más seco que yo le dices “ándate a hacer el curso”, te diría: “¿Yo?, pero si soy profe”.

Solo tenía un curso en la Red Ignaciana. El resto del tiempo lo dedicaba a implementar el método de aprendizaje en el que se había especializado, explica. En eso estaba cuando se enteró de las escuelas de reinserción de la Fundación Súmate.

—Súmate es como lo que a todo el mundo aterraba ir. Nadie se atreve ni siquiera a entrar. Y no hay contexto más difícil que trabajar en reinserción escolar, porque, claro, es como o la cárcel o esto. Yo dije: “Me tengo que ir para allá, necesito estar en una sala de clases. Ese va a ser mi desafío” —recuerda Francisca.

Llegó a inicios de 2020 a uno de los colegios de la fundación, pero alcanzó a estar tres semanas en la sala de clases porque comenzó la pandemia. Recuerda lo que les dijo la directora en ese momento.

—Ella fue muy lúcida en identificar lo que se venía. Nos dijo: “No me importa el trabajo académico: no pierdan el contacto con estos niños, porque un día sin saber de ellos puede ser grave. Esa es la única pega, se van a conseguir el número del vecino si es que los chiquillos no tienen teléfono, pero todos los días yo necesito registro de que ustedes hablaron con todo su curso”.

Fue así como Francisca pudo detectar que una de sus alumnas había sido secuestrada por una red de prostitución infantil.

—Me escribió: “profe ayuda”. Yo me estaba yendo a acostar, y me dice “no puedo hablar, me engañaron, estoy escondida en un baño. Profe me vendieron” —relata Francisca, quien esa noche se mantuvo conectada con su alumna durante horas, mientras en paralelo contactó a Carabineros y finalmente la pudieron rescatar.

Esa alumna había estado antes en el Sename, pero al haber cumplido ya los 18 años, y sin tener a quién acudir, se encontraba en situación de calle. Luego de ser rescatada, tampoco tenía dónde ir. Francisca le consiguió una habitación en un hotel, hasta que la aceptaron en un albergue.

En paralelo, organizó una campaña en redes sociales para conseguir celulares y computadores para sus alumnos, y así poder tener contacto con todos ellos y que pudieran acceder a las cápsulas pedagógicas que ella y sus colegas les habían hecho.

Recién en marzo de este año regresó a la sala de clases a trabajar presencialmente con sus estudiantes.

—Creo que la pandemia dejó daños demasiado grandes en los niños, especialmente en estos chicos. Con un nivel de desafección, de desmotivación, de todo (…). No me cabe duda de que vamos a ver un efecto, y vamos a ver también el aumento del narcotráfico como otro elemento muy importante en la deserción, porque hay muchos chicos yéndose para allá. Los niños son pura magia, y son esos mismos niños llenos de brillo, los que hoy están delinquiendo, están creyendo que el narcotráfico es una mejor alternativa. Entonces, ¿qué estamos haciendo como sociedad? Ahí la responsabilidad ya no es del colegio, ahí hay una conversación muy importante. Hay cosas que tenemos que replantearnos y reestructurar como espacios educativos, por qué nuestros chiquillos sienten que no pertenecen.

Cuenta que en su caso, la motivación que logró en sus estudiantes con la unidad del Holocausto, fue a través de un proceso lento, en el que ella tuvo que aprender a ser más flexible.

—Los procesos de aprendizaje no son lineales. Había días en que yo llegaba con muchas ganas de ver algún tema, y te enteras de cosas que pasaron y dices filo, traje el Dixit, hagamos una ronda y conversemos de cómo nos sentimos. Pasan cosas muy duras. Yo les digo que simplemente el que hayas llegado aquí hoy, que te hayas levantado, te hayas vestido, te hayas sentado, lo es todo, y listo. Y si hoy no quieres participar de la clase o quieres estar con el celular, dale. Uno también tiene que aprender a adquirir esa flexibilidad.

Con lo especialmente difícil que ha sido este año, dice Francisca que haber ganado el Global Teacher Prize Chile adquiere mayor significado.

—Este premio es la evidencia máxima de que sí se puede en estos contextos, de que la forma es a través del trabajo que se requiere hacer para que nuestros niños y jóvenes crean que pueden, que nos esforcemos por construir su autoestima, su trayectoria, que confíen que ellos son importantes, porque cuando se sienten importantes, todo cambia.

“Vamos a ver el aumento del narcotráfico como otro elemento muy importante en la deserción, porque hay muchos chicos yéndose para allá”, dice. SERGIO ALFONSO LOPEZ

SERGIO ALFONSO LOPEZ

Fuente: El Mercurio

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